jueves, febrero 15, 2007

Eutanasia

Ya lo avisé. No voy a hablar de drogas en cada post que escriba. Sin embargo, el tema que planteo hoy tiene mucho que ver con la libertad y el derecho a decidir sobre la vida de uno mismo, que al fin y al cabo es lo que se reclama cuando hablamos de drogas y de un cambio de política que sea más consecuente con la realidad, además de una mayor eficiencia política y menor demagogia interesada.

Ramón Sampedro fue un hombre con una vida sin vida. Obligado a vivir mirando a los demás desde abajo. Se definía a sí mismo como “una cabeza viva dentro de un cuerpo muerto”. Y es que un accidente siendo joven le llevó a sufrir una tetraplegia durante 29 años. Reclamó un derecho que nunca se le concedió: morir dignamente.

Ramón basó su defensa en un derecho universal: la vida. Si toda persona tiene derecho a la vida y se le impide disponer de ella, incluso negándola, tal derecho se convierte, por pura lógica, en una obligación. Queda claro.

A continuación una de las cartas que Ramón Sampedro escribió a los jueces:

Srs. Jueces: Pienso que a la hora de juzgar determinadas conductas ético-morales, como en el caso que les planteo, no deberían tener más norma fundamental que la Constitución, porque si no es así, no son los jueces quienes juzgan sino los políticos cuando escriben la ley y crean la trampa y la ambigüedad.

Sólo si los jueces y jurados tuviesen la potestad de sentenciar de acuerdo con la norma constitucional, y sus consciencias fuesen como un procesador humano -y humanizado- que va recibiendo sistemáticamente conocimientos e información para entender lo que es social y democráticamente tolerable, y también conveniente reformar y corregir, la justicia seguiría el ritmo del proceso evolutivo de una sociedad democrática formada por individuos libres y responsables.

En abril del 93 acudí ante los tribunales de justicia con una demanda formalmente presentada por mi abogado D. Jorge Arroyo Martínez que, en síntesis, preguntaba si debe ser sancionada judicialmente una persona que me preste ayuda, sabiendo que es con el fin de provocar voluntaria y libremente mi muerte.

Hay demasiadas gentes que, en apariencia capacitadas para hacer un juicio de valor, se preguntan, y me preguntan, si realmente deseo morirme pues, si así fuese, me indican que puedo provocarme desde una pulmonía, taponar una sonda, no curarme una infección de orina, inyectarme un virus, morirme de hambre, o que me mate discretamente cualquier persona.

Entre tanto absurdo maestro que acepta y propone toda clase de formas de morir, menos la voluntaria y legalmente permitida, me parece que la funcion de los jueces tiene que ser algo mas que la de aplicarle códigos al rebaño como mudo y fiel guardián que defiende los intereses de su degenerado amo. Cuando un juez guarda silencio ante una ley obviamente hipócrita, y por tanto injusta, en esa sociedad no puede haber nobleza y bondad posible. Si la justicia es la exigencia de una conducta ética respetuosa, la función del juez debe ser la de maestro más que la de vigilante.

Si aceptamos que debe haber unas normas y unos medios para juzgar comportamientos irresponsables, en casos de conductas éticas -no criminales-, la justicia debería ser inmediata para que tuviese vida, de lo contrario es como si estuviese enlatada y, para lo único que sirve, antes que para corregir situaciones injustas, anacronismos y tradicionales barbaridades, es para perpetuarla.

El deseo y la buena voluntad son el origen de todo bien y de toda confusión y desconfianza social universal.

La vida evoluciona corrigiendo sistemáticamente el error, de ella deberían copiar los humanos.

Es un grave error negarle a una persona el derecho a disponer de su vida, porque es negarle el derecho a corregir el error del dolor irracional. Como bien dijeron los jueces de la audiencia de Barcelona: vivir es un derecho, pero no una obligación. Sin embargo no lo corrigieron, ni nadie parece ser responsable de corregirlo.

Aquellos que esgrimen el derecho como protector indiscutible de la vida humana, considerándola como algo abstracto y por encima de la voluntad personal sin excepción alguna, son los más inmorales. Podrán disfrazarse de maestros en filosofías jurídicas, médicas, políticas o metafísico-teológicas, pero desde el instante en que justifiquen lo absurdo se convierten en hipócritas.

La razón puede entender la inmoralidad, pero nunca puede justificarla. Caundo el derecho a la vida se impone como un deber. Cuando se penaliza ejercer el derecho a liberarse del dolor absurdo que conlleva la existencia de una vida absolutamente deteriorada, el derecho se ha convertido en absurdo, y las voluntades personales que lo fundamentan, normativizan e imponen en unas tiranías.

Acudí a los tribunales de justicia para que vds. decidiesen si me asistía o no ese derecho que mi conciencia considera de ámbito moral exclusivo. Y, pienso que, humanamente cualificada. Acudí a la justicia, no sólo para que me respondiesen a un asunto de interes personal, sino porque considero mi deber denunciar la injusticia y rebelarme contra la hipocresía de un estado y de una religión que, democráticamente concebidos, toleran la práctica de la eutanasia si es llevada a cabo con discreción y secretismo, pero no con la sensatez y la claridad de la razón liberadora. También para denunciar que jamás pueda prevalecer el interés de ninguna tiranía o tirano por encima de la razón ética de la conciencia del hombre. Justificar sufrimientos irremediables por el interés de alguien que no sea el desafortunado ser humano que los padece, es crear un infierno para que diablos y diablillos disfruten con el espectáculo de los condenados, mientras filosofan gravemente sobre el sentido del dolor.

El juez que no se rebele ante la injusticia se convierte en delincuente. Claro que puede calmar su conciencia culpable afirmando que cumple con su deber, pero si consiente en que alguien utilice el sufrimiento de otros por su propio interés.Si consiente que la justicia se haga la sorda, cuando él sabe que lo hace porque políticamente no interesa escuchar, ese juez se hace cómplice de la delincuencia astutamente organizada bajo la apariencia de nobles y respetables instituciones: familia, estado, religión.

Dicen algunos políticos, teólogos y otros aprendices de falso profeta que mi lucha podría servirme como aliciente y darme motivos para vivir. Debería ser también el deber del juez perseguir a quienes insultan la razón y castigarlos severamente.

Mi único propósito es defender mi dignidad de persona y libertad de conciencia, no por capricho, sino porque las valoro y considero un principio de justicia universal. Con una sentencia favorable, tal vez no se volviera a obligar a otro ser humano a sobrevivir como tetraplégico, si esa no es su voluntad. Mi lucha tendría sentido si la justicia me concede el bien que para mi reclamo, si no es así, todo ese esfuerzo que algunos dicen puede dar sentido a mi vida habría sido estéril.

Espero que no piensen como los teólogos, políticos y aprendices de profeta que lo que le da sentido a mi vida es el derecho de reclamar un derecho y una libertad, eso sí, dando por supuesto que no me serán concedidos nunca. Espero que no sea vd. cómplice de tanta burla y falta de respeto contra la razón humana. Ningún esfuerzo inútil tiene sentido.

La intolerancia es el terrorismo contra la razón. Cualquier esfuerzo humano que tenga como fin liberar a la vida del sufrimiento, la crueldad y el dolor, y sea convertido en estéril con interesados sofismas es un fracaso del bien y un triunfo del mal.

Si no se le concede a cada individuo la oportunidad de hacer todo aquello que su conciencia considera bueno, no hay perfección ética posible, porque no hay evolución posible.

Si no se le concede al individuo el derecho a una muerte racional, voluntariamente decidida, la humanidad no podrá llegar a aceptar culturalmente su propia mortalidad. Y, si no se entiende el sentido de la muerte, tampoco se entiende el sentido de la vida.

El juez tiene el -mandato- de velar por la seguridad jurídica del grupo. Pero, por coherencia ético-moral, para que ese cometido fuese equilibrado y justo, tendría que defender antes la conciencia individual. El estado tiene medios represores para para protegerse de las posibles agresiones individuales. Sin embargo el individuo se encuentra indefenso para protegerse del abuso de las agresiones del estado. Si el juez se dedica a aplicar códigos, es un fanático fundamentalista que, obviamente está de una parte.

Es su deber corregir este error.

Atentamente Ramón Sampedro Camean 13 de noviembre de 1996

Más en: Asociación Derecho a Morir Dignamente

Si deseas apoyar la causa, aquí puedes hacerlo: Manifiesto de apoyo a la despenalización de la eutanasia.

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lunes, febrero 12, 2007

Amor, drogas y desprendimiento del ego

Hace bastante tiempo que me llama especialmente la atención esa similitud que se puede encontrar entre los estados alterados de conciencia provocados por psicoactivos y los que provoca ese sentimiento tan fuerte y arraigado llamado Amor. Así, ese interés que tengo sobre el tema (no sé por qué) me lleva de vez en cuando a ponerme a leer sobre ello.

Buscando por internet uno aprende que tenemos infinidad de drogas en nuestro propio organismo, conocidas genéricamente como endógenas, muy similares a esas otras drogas externas llamadas exógenas, y que algunas personas utilizamos para salir de la monotonía y cotidianeidad de la vida, aunque sólo sea por unas horas.

Supongo que no hace falta advertir que ni pretendo alentar a nadie para que tome drogas, ni tampoco voy a desaconsejar algo que a mí, hasta ahora, me compensa más que me perjudica, siendo yo quien asume los riesgos que se esconden dentro de cada consumo.

Me gusta pensar que detrás de cada droga y detrás de cada estado de ebriedad se encuentra un método de aprendizaje que hay que saber descodificar mientras se navega. Supongo que el premio que obtiene cada psiconauta lo obtiene a través del largo camino que recorre durante todo el proceso; ni antes ni después, sino durante. Y a lo largo de todo ese aprendizaje, todo es tan ambiguo, confuso, subjetivo y personal que se hace difícil llegar a conclusiones palpables y evidentes.

Volviendo al tema del amor y las drogas. Hoy leo lo siguiente:

“Al parecer cuando una persona se encuentra en la fase de enamoramiento, su cerebro también produce endorfinas, por eso suele sentirse tan bien, aunque su efecto no es permanente debido a que el organismo produce también unas enzimas llamadas endorfinasas que eliminan a las endorfinas”.

http://www.mediks.com/saludyvida/articulo.php?id=757

Supongo que esto explica de una forma bastante objetiva por qué ese desapasionamiento en las relaciones amorosas.

Quizás este desapasionamiento sea lo mejor que pueda suceder en toda relación, pues indica que la mente se libera de apegos y aferramientos que nos hemos ido creando poco a poco, y que nos han ido atando a grilletes más que liberarnos de ellos por un una cuestión, generalmente, de vínculos sentimentales

“Desapasionamiento significa que la mente está libre de aferramientos y apegos, i.e., no pensar o analizar. Llegando al cuarto jhana significa llegar a un estado de una mente imperturbable, o una mente que tiene tan fuerte ecuanimidad que se vuelve desapasionada. Así es como el factor de iluminación de atención/observación es apoyado por la desapasionamiento”.

http://www.dhammasukha.org/Study/Books/Spanish/sa15.htm

No pensar o analizar. Justo hoy en mi cita mensual con la revista CÁÑAMO leo un artículo de Jonathan Ott titulado “Signos y portentos”. En la vida –afirma Ott- es mejor no tener ideas u opiniones, pues generalmente suelen limitar bastante la experiencia de uno, tanto como para no admitir otros paradigmas que no se asemejen al nuestro.

Puede que la solución sea no pensar, no analizar, sólo dejarse llevar, sin factores externos que nos condicionen la vida, rompiendo todo nuestro ego, el mismo que tantas veces nos limita. Así y sólo así pasaremos de largo delante de nuestros miedos... sin miedos.

domingo, febrero 11, 2007

¿Dónde está el problema?

Aprovechando que estos días estoy de vacaciones y ando bastante libre de tiempo continúo un poco con la historia.

Quizás alguien tenga curiosidad por saber qué pasó cuando al fin tomé la iniciativa y conté mi condición de "drogata". Como ya dije, la reacción era de esperar, pues nadie medianamente sensato pretende que le feliciten sus padres por consumir drogas, aunque ponga toda su buena voluntad en la confesión.

La reacción no tardó en llegar. Y se me "propuso" muy amablemente que asistiera a una psicologa e ingresara en un centro de desintoxicación. Cuando hablo de "proponer" quiero decir que en ese momento mi madre estaba aplicando la misma lógica que emplea con el plato de lentejas que "si quieres te las comes y si no también". Vamos, dicho claramente no se me daban más opciones. Y yo, en vista de cómo estaba la situación, muy amblemente acepté su "propuesta".

No asistí a más de dos consultas con la psicóloga cuando ésta ya me estaba dando largas. La mujer no entendía muy bien como alguien puede confesar que se droga de una forma tan abierta y sin el menor prejuicio. Y yo la verdad tampoco entiendo muy bien porqué alguien debería de callarse este tipo de cosas. Supongo que estos dos puntos de vista son tan distintos que chocan bastante. El caso es que después de hablar largo y tendido y tener una conversación bastante adulta, sin grandes prejuicios moralistas, no debió de ver en mí alguien con un fuerte problema de adicción (si es que hay alguno) tan grave como para ingresar en un centro al estilo Proyecto Hombre y similares. Supongo que hizo lo más sensato que pudo hacer: invitarme a regresar en el caso de necesitarlo verdaderamente.

Con esas mismas me marché de la consulta no sin antes comentarla que quien tiene un problema con las drogas no soy yo sino mis padres, ya que su poca o ninguna aceptación sobre el tema les impide reaccionar con ecuanimidad y justicia. Por otra parte, es comprensible este tipo de reacciones viniendo de quién viene . Pero de ahí a que sea el Estado quien me diga cómo y de qué manera debo de gestionar mis momentos de ocio y placer hay una gran diferencia, y más aún cuando la gente que me rodea a comprendido, al fin, que las decisiones que atañen a mi vida las tomo yo y nadie más.

Parece mentira que hoy en día aún tengamos que andar reclamando derechos individuales; pero así están las cosas. Os dejo.

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sábado, febrero 10, 2007

Todo comienza...

Creo recordar que fue durante el verano de 2004 cuando al fin, tras ocho años utilizando algún que otro psicoactivo, decido salir del armario y contar a mis padres mi pequeña pero enriquecedora y positiva relación que tengo con las drogas. No hace falta decir que aquella sinceridad me llevó durante algún tiempo por el camino de la amargura, pues en lugar de palmaditas en la espalda sólo obtuve desprecio y malas caras. Era de suponer tal reacción y ya lo sabía de antemano; aún así arriesgué.

Como la hipocresía nunca ha sido algo con lo que haya disfrutado, sólo pude acabar con ella aportando mi pequeño granito de arena a través de mi lucha personal, que no consiste en otra cosa que en acabar con esta intolerancia reinante en materia de drogas. Y qué mejor forma para ello que predicando con el ejemplo. Dicen por ahí que cada cual es activista como dios le da a entender, pues bien, a mí, Dios, que visto desde un punto de vista bastante egocéntrico y narcisista soy Yo (me empiezo a parecer a uno que yo me sé, ¡madre mía!), me dice que el activismo comienza en la casa de uno mismo, con la gente que te rodea, luego ya habrá tiempo para salir con pancartas y slogans a la calle, de asociarte a grupos prolegalización, de crear tu propia asociación cannábica o antiprohibicionista, de cagarte en la madre que parió a esos políticos que continúan reprimiendo el consumo a mayores de edad, justificando sus incoherencias con la protección al menor cuando lo que se pide es que se regule del mismo modo que lo están el alcohol y tabaco... Después ya habrá tiempo para muchas de esas cosas, pero antes se hace urgente salir del armario como un primer paso para conseguir eso que muchas y muchos de mi edad reclaman (y de tantas otras edades), pero que aún no han sabido cómo decírselo a las personas de su entorno, fundamental, creo yo, para pedir una regulación, despenalización, legalización o como quiera llamarse, para que se cambie de una vez por todas esta política represiva y dejen de marearnos esos políticos que repiten los mismos errores, una y otra vez.

La idea de crear este blog hace tiempo que me ronda la cabeza. Y tampoco me gustaría hacer de él un diario monotemático, aunque eso sea lo que sugiera el título. Tampoco se me hace posible saber con qué frecuencia escribiré en él o, incluso, si no me cansaré antes de lo previsto y lo dejaré como ya dejé otros anteriormente. De momento aquí queda esta primera entrada. Espero que en lo sucesivo el trabajo (trabajo en turno fijo de noche) y la pereza no me resten tiempo al poco que ultimamente me queda, que ni para fumarme un canuto me da.

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